El infinito universo que nos rodea, con sus paramos de misterios y cuentos épicos, asemejando un laberinto de proporciones míticas.
Un laberinto sin paredes, ni caminos. Donde los senderos guían, pero no aseguran un final. Y puertas más allá de lo que el horizonte permite ver.
Estas puertas se abren a un mar de posibilidades, siendo portales que conectan personas y lugares.
La seguridad de estas puertas es dada por llaves. Llaves que damos y recibimos. Algunas de forma voluntaria, y otras por obligación.
Entregué las llaves del lugar que llamé mi hogar por muchos años. El dolor no es grande, pero la nostalgia mucha.
Ahí vi crecer a mi pequeña en la hermosa y fuerte mujer que es hoy en día. Pero fue también ahí donde rompieron mi corazón y murió un poco mi alma.
Las vi salir por esa puerta, sabiendo que lo más seguro no volverían. Una porque desea vivir su propia aventura, y la otra por un sentimiento de seguridad.
He cerrado ya la puerta a ese lugar. Y sé que no volveré atrás. Atesoraré los recuerdos como gemas en el firmamento. Y enterrare el dolor y la perdida.
Abro entonces la puerta a un nuevo capítulo, a una nueva aventura. Volver a ser el guardián de ese paramo, y ofrecer mi llave al auxilio de otros.
Ellas saben que mi puerta se mantendrá abierta, porque no hay odio en mi corazón. Que sueño con verlas abrirla, entrar y quedarse.
Hace eones entregue mi llave a alguien, y no planeo pedirla de regreso. No hay vacío en la existencia que pueda alterar mi decisión.
Si decide caminar a otra puerta será su decisión, pero la mía se mantendrá abierta, fuerte e imponente; como un faro de luz que llama a casa.
Porque hogar no son cuatro muros y una puerta. Es un lugar en el corazón donde los sentimientos nos conectan, donde podemos ser nosotros mismos. Donde la distancia que nos separa deja de importar. Donde el amor por alguien más, supera los retos que la vida nos da.